“De la tortura no se habla”

Introducción

Evelyn Hevia Jordán1

El martes del 11 de septiembre de 1973 se produjo el golpe de Estado en Chile. Las Fuerzas Armadas y de Orden derrocaron mediante la imposición de la fuerza al gobierno socialista y democráticamente electo del Presidente Salvador Allende. Augusto Pinochet se hizo del poder y gobernó al país durante 17 años.

A pesar de las múltiples estrategias del régimen para el ocultamiento y distorsión de la realidad que se vivía en el país, la situación de quienes eran represaliados por sus ideas políticas se hizo rápidamente conocida en el mundo. Desde los primeros días del golpe de Estado se difundieron en el mundo entero las imágenes que graficaban la violencia y la represión: el palacio de La Moneda en llamas; mujeres, hombres y niños eran arrestados por militares; cuerpos inertes yacían en las calles y, más de mil recintos a lo largo del país, como el Estadio Nacional, se comenzaban a llenar de prisioneros políticos. Esas imágenes fueron las que primero testimoniaron en todo el mundo sobre cómo el horror y la violencia iban instalándose y gobernando al país.

Comenzar este texto aludiendo a las imágenes del golpe y de la dictadura, no es un asunto casual, sabemos que recordamos en imágenes, pero también las imágenes nos ayudan a recordar (en el pleno sentido etimológico del término recordis: volver a pasar por el corazón). Así, este libro que retrata mediante la fotografía a sobrevivientes de la tortura en los lugares en que permanecieron secuestrados podría ser comprendido como un “lugar para la memoria”. Un lugar que es material (libro como objeto) y al mismo tiempo es simbólico (libro como un espacio abierto a ser significado por sus lectores/observadores). Por otra parte, este es un libro que, contraviniendo a su título, pone a la tortura en el espacio público, en el diálogo social. 

En este texto me referiré a tres asuntos para una aproximación al título de esta publicación: “de la tortura no se habla”. En primer lugar, una breve contextualización histórica sobre la política oficialista post dictadura; luego, me referiré a la tortura como aquella experiencia que resulta compleja de ser contada y de ser escuchada y, finalmente, a los ex centros de tortura que han sido recuperados como sitios de memoria en el Chile post dictadura y la relevancia que tienen en el presente como espacios que hablan por sí mismos sobre la experiencia represiva y la transmiten a las nuevas generaciones, permitiendo una reconstrucción de la subjetividad política del sobreviviente. 

I. Breve contextualización

Tras la dictadura cívico-militar (1973 – 1990) el Estado chileno, a través de sus distintos gobiernos, se ha visto interpelado para responder frente a los crímenes de lesa humanidad. Las principales exigencias han sido verdad, justicia, memoria y reparación, frente a las cuales los gobiernos post dictadura han ido respondiendo “en la medida de lo posible”2. 

La primera acción oficial en este sentido fue la creación de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación3. Dicha comisión, emitió un año más tarde (1991) su informe, conocido también como Informe Rettig4, el que tuvo por objetivo “establecer la verdad y reconocer lo sucedido a las víctimas entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1990 con el fin de promover la reconciliación en el país”. Hasta aquí había un paso, el mismo Estado que durante la dictadura había implantado el terror, reconocía de manera oficial la existencia de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos, contraviniendo la negación sistemática que hizo la dictadura de estas prácticas. Tras este informe, se instaló la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación (1992-1996), cuya principal tarea era “promover las acciones para dar cumplimiento a las recomendaciones hechas por la Comisión Rettig”5. Años más tarde, y en el contexto en que se volvía a instalar la dictadura chilena en debate internacional, producto del interés mediático y político que suscitó la detención del dictador Augusto Pinochet en Londres (octubre de 1998), entre 1999 y 2000, se instaló la Mesa de Diálogo de Derechos Humanos, instancia oficial cuyo principal objetivo era avanzar en el esclarecimiento del destino final de los detenidos desaparecidos6. 

Hasta los primeros años de los 2000 los gobiernos concertacionistas no hicieron un reconocimiento oficial de la prisión política y la tortura como prácticas sistemáticas de violaciones a los Derechos Humanos. El discurso oficial del Estado en cuanto al “reconocimiento y los planes de reparación a las víctimas” estaba centrado en quienes habían sido desaparecidos y asesinados y sus familiares.  

En este escenario el episodio conocido como “Agüero v/s Meneses” que estalló en el 2001 al interior de la Pontificia Universidad Católica de Chile, abrió el tema de la tortura en el contexto académico y político. Felipe Agüero Piwonka, torturado y Emilio Meneses Cuifardi, torturador, ambos académicos del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Católica. Agüero en la década del 90 había reconocido que Meneses, su colega, fue su torturador en el Estadio Nacional y tras años de vivir esta situación en silencio, decidió romper el secreto y comunicarlo a las autoridades de la Universidad. Sin embargo, esta comunicación de carácter reservado trascendió y abrió el debate sobre la tortura. En el contexto del debate que abrió este caso, la periodista Patricia Verdugo reunió a un grupo de expertos en la publicación “De la Tortura no se habla”7, donde diversos autores realizan un análisis desde múltiples perspectivas sobre la tortura y la prisión política. Este episodio y debate fue abriendo el camino que condujo hacia la creación Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura8.

En el contexto de las conmemoraciones de los 30 años desde el golpe de Estado, el presidente Ricardo Lagos anunció en su discurso “No hay mañana sin ayer” la creación de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, también denominada Comisión Valech9. Esta Comisión se dio a la tarea de determinar quiénes habían sufrido la privación de libertad y torturas por razones políticas, por actos de agentes del Estado o personas a su servicio10. Sin embargo, uno de los puntos polémicos, y que en el último tiempo ha sido un fuerte debate, tuvo que ver con la promulgación de la Ley Nº 19.992 del 24/12/2004 que estableció las medidas de reparación a las víctimas, sin embargo, esta Ley contiene la cláusula de mantener bajo secreto por 50 años los testimonios recibidos por la comisión. De esta manera, el secreto obstruye la tarea de juzgar y de conocer públicamente a quienes habrían participado en la tortura. “Mientras rija el secreto previsto en este artículo, ninguna persona, grupo de personas, autoridad o magistratura tendrá acceso a lo señalado en el inciso primero de este artículo, sin perjuicio del derecho personal que asiste a los titulares de los documentos, informes, declaraciones y testimonios incluidos en ellos, para darlos a conocer o proporcionarlos a terceros por voluntad propia. (…) La comunicación, divulgación o revelación de los antecedentes y datos amparados por el secreto establecido en el inciso primero, será sancionada con las penas señaladas en el artículo 247 del Código Penal”11. 

La imposición por Ley del secreto vino a reafirmar una estrategia política conocida inscrita en la idea de la “reconciliación nacional”, que ha tenido un efecto de impunidad jurídica y social de los responsables de los crímenes, acentuando el discurso en la categoría de la víctima y no en la relevancia del derecho a la verdad y la justicia de quienes sufrieron la represión durante la dictadura y de la sociedad en su conjunto.

En 2009 se creó la Comisión Asesora presidencial para la calificación de Detenidos desaparecidos, Ejecutados Políticos y víctimas de Prisión Política y tortura, mediante la Ley 20.405 del 10/12/2009, cuya misión fue calificar nuevos casos12. Sin embargo, esta Comisión nuevamente se amparó en el artículo del secreto. De esta manera, los grupos organizados de familiares de desaparecidos y ejecutados políticos, los sobrevivientes de la prisión política y la tortura y activistas desde la conmemoración de los 40 años del golpe (2013) iniciaron una gran campaña para poner fin al secreto. Esta campaña durante el 2017 tuvo un alcance público mayor, donde muchos de los testimoniantes de la Comisión han solicitado su testimonio al Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) y lo han puesto a disposición de la justicia, amparados en el derecho personal a ello, en tanto titulares del testimonio. 

Estos antecedentes nos muestran cómo en el escenario de la política oficial de la postdictadura ha habido un largo silencio respecto de la tortura y una vez que el Estado decide abordar estos hechos mediante la creación de la Comisión Valech, lo hace poniendo al secreto como una cláusula que perpetúa la negación del legítimo derecho a la verdad y de poder identificar no solo a quienes sufrieron la tortura, sino de avanzar en los procesos que conduzcan a juzgar a los responsables.  

Sobrevivir para contar

La tortura, ha sido una práctica ancestralmente empleada para obtener información de inteligencia, mediante la aplicación de tecnologías para infligir dolor/sufrimiento físico, psicológico y/o sexual. De acuerdo con definición de la Asamblea General de Naciones Unidas tortura es “todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia. No se considerarán torturas los dolores o sufrimientos que sean consecuencia únicamente de sanciones legítimas, o que sean inherentes o incidentales a éstas”13.

En Chile, las Comisiones sobre Prisión Política y Tortura han reconocido a más de 38.000 sobrevivientes, para muchos de ellos la experiencia del testimonio ha resultado una experiencia liberadora de ese silencio arrastrado durante décadas, para otros ha sido una experiencia re-traumatizadora. Es que la experiencia del sobreviviente no es sencilla de ser transmitida, se ha escrito abundante literatura sobre la “culpa del sobreviviente”, la pregunta ¿por el por qué yo sobreviví y otros no? es compleja y en algunos casos, como el de Argentina la figura del sobreviviente al principio fue vista con sospecha: “algo habrá hecho para sobrevivir”. Jorge Semprún, escritor y sobreviviente del campo de concentración de Buchenwald en su libro testimonial “Viviré con su nombre, morirá con el mío” en tono irónico señala: “’¡Ya tenemos al muerto que necesitábamos!’… Debería sentirme culpable de haber tenido suerte, sobre todo la de sobrevivir”.  

La culpa del sobreviviente ha sido una temática tratada por quienes han sobrevivido y han narrado sus experiencias, incluso el mismo Agüero señala que tras haber guardado por una década el secreto de la identidad de Meneses, su colega-torturador, no la habría revelado movido por la culpa de haber sobrevivido. Es por ello que un mandato implícito del sobreviviente ha sido testimoniar, pero para contar la experiencia en tanto testigos de la desaparición o el asesinato de otros que no vivieron para contarlo.

Hablar de la tortura no es asunto fácil, menos cuando se trata de la propia experiencia vivida. La tortura habla a través del cuerpo, del síntoma, de los silencios, de la ruptura del lazo social y político, del quiebre subjetivo. En el caso chileno, he conocido a muchos sobrevivientes que, por ejemplo, han cultivado una forma de hacer de esa experiencia un “mal chiste”, porque no hay palabras para darse a entender y porque hay un interlocutor que, quizás, tampoco quiere escuchar tanto.  De este modo, el asunto no es solo que el sobreviviente pueda hablar de su tortura, sino que quizás más complejo es cómo encuentra una escucha para ella, algo que Pollak14 conceptualizó como las “condiciones de audibilidad social”. Porque los sobrevivientes han hablado, pero ¿qué tan dispuestos hemos estado a escuchar su relato? 

Cuando se publicó el Informe Valech I (2004), hubo una amplia cobertura de prensa sobre las modalidades de la tortura, para muchos fue un exceso, una saturación delos relatos del horror, sensacionalismo, abrir las viejas heridas… y así.  Quizás esta sobreexposición del relato del sobreviviente fue una manera  para abrir y cerrar rápidamente el tema en el plano de la opinión pública, porque “nadie quería escuchar más”.  

Pero, qué es lo que cuesta oír. Creo que lo que cuesta oír es precisamente que los torturados y torturadores siguen entre nosotros, y los segundos, impunes, libres, camuflados de “pobres viejitos” en la ciudad. En cambio los torturados han puesto la cara ante sus hijos, sus familias y ante la sociedad para recordarnos el horror y la capacidad de muchos de resistir y dejar de ser víctimas, convirtiéndose nuevamente en actores políticos.

Pero hablar sobre la tortura no implica solo que el sobreviviente cuente cuánto y cómo le infligieron dolor, o cuánto sufrió, resulta imperativo poner en el diálogo social que la tortura es una técnica que fue enseñada, aprendida, calculada, incluso en algunos casos científicamente creada y probada. Porque en el caso chileno -como en tantos otros- la tortura contó con manuales y “autores intelectuales”, que le imprimieron a dicha práctica una “fría racionalidad”, contradiciendo las tesis que explican la tortura solo como un “arrebato” de incivilidad, psicopatía o comportamientos zootípicos, perspectivas desde las cuales el torturador es un “salvaje”, “psicópata” o “animal”, respectivamente.  No, la tortura fue enseñada en centros especializados y, hombres y mujeres entrenados para ella.  Fue una cadena de producción de dolor/sufrimiento, donde cada uno tenía un rol en ese gran engranaje de fabricación del horror. Hombres y mujeres capaces de desconectar sus sentimientos de sus pensamientos y convertirse en funcionarios15.

En el informe Valech16 se describen mediante la recopilación de testimonios los siguientes métodos de tortura: golpizas reiteradas,  lesiones corporales deliberadas, colgamientos, posiciones forzadas, aplicación de electricidad, amenazas, simulacro de fusilamiento, humillaciones y vejámenes, desnudamiento, agresiones y violencias sexuales, presenciar torturas de otros, ruleta rusa, presenciar fusilamientos de otros detenidos, confinamiento en condiciones infrahumanas, privaciones deliberadas de otros medios de vida, privación o interrupción del sueño, asfixias, exposición a temperaturas extremas, y un apartado, sobre la violencia sexual contra las mujeres. En gran parte de los testimonios de quienes sobrevivieron, se puede establecer que la tortura comenzaba en el momento en que la persona era secuestrada, ya que inmediatamente se les despojaba del sentido de la vista, mediante el uso de cinta adhesiva y gafas oscuras, siendo atados de manos y pies y subidos abruptamente a un vehículo, de ahí que muchos centros secretos de tortura fueran llamados “vendas”. 

La tortura se introduce por todos los sentidos del torturado, el primer sentido en ser secuestrado es la vista, sin embargo, muchas veces la posibilidad de ver se convierte en una forma de tortura: mirar mientras es torturado/a el/la compañero/a o un familiar, o quitar la venda para amedrentar mientras los torturadores exhiben objetos de los hijos o seres queridos. Sobre la piel, en la forma de golpes, atropellamientos, cadenazos, corriente eléctrica, quemaduras, colgamientos, posiciones forzadas, exposición a frío o calor extremo. En los oídos, sometimiento continuo a escuchar gritos de otros torturados o música a elevado volumen, insultos y garabatos, risas de los torturadores, burlas sobre el cuerpo que permanece desnudo, escuchar la voz suplicante de algún ser querido, también el conocido “teléfono”, que es un método de tortura donde se golpean con las manos al unísono los oídos. En el olfato, estar sometidos a olores nauseabundos en el hacinamiento que desprenden cuerpos torturados y heridos en espacios reducidos, permanecer en espacios reducidos donde hay fecas y orinas; en el gusto, estar obligados a comer fecas y/o vómitos, beber agua con residuos orgánicos e inorgánicos y/o ser sumergidos en tambores de agua pestilente, o tambores de agua en los cuales los torturadores lavaban sus manos manchadas de sangre tras las sesiones de tortura. 

Las vejaciones sexuales fueron métodos que se emplearon tanto en hombres como en mujeres, incluso en menores de edad, constituyendo uno de los puntos más sensibles y tabú respecto a la experiencia de quienes sobrevivieron a la tortura.  Al respecto la Comisión Valech identifica distintos tipos y niveles de agresión sexual:  

“- Miles de personas refirieron haber sido víctimas de agresión verbal con contenido sexual; de amenazas de violación de su persona o de familiares suyos; de coacción para desnudarse con fines de excitación sexual del agente; de simulacro de violación; de haber sido obligadas a oír o presenciar la tortura sexual de otros detenidos o de familiares; de haber sido fotografiados en posiciones obscenas, todo ello en un contexto de extrema vulnerabilidad.

– Otro número importante de personas denunciaron tocamientos; introducción de objetos en ano o vagina; violación en todas sus variantes (penetración oral, vaginal, anal); violaciones reiteradas, colectivas o sodomíticas; haber sido forzados a desarrollar actividades sexuales con otro detenido o un familiar. Se registran también casos que refieren haber sufrido la introducción de ratas, arañas u otros insectos en boca, ano o vagina. Constan testimonios de personas forzadas a tener sexo con perros especialmente adiestrados para este cometido. Por otra parte, importa consignar que la mayoría de las víctimas de agresiones y violencias sexuales refirieron graves y variadas secuelas. Es de interés señalar que gran parte de las víctimas, careció de apoyo especializado para atender estas secuelas”17.

Es de estas experiencias que como sociedad hemos rehusado oír, más que el sobreviviente de hablar. Los sobrevivientes han hablado en los juzgados, ante comisiones oficiales nacionales e internacionales, para investigaciones judiciales y científicas, han hablado con artistas, han hablado con la prensa, han hablado para reconstruir los lugares donde fue practicado el horror. Pero ¿cuánto hemos escuchado?

Un lugar para la memoria

En el caso de la dictadura chilena se pueden observar múltiples estrategias para travestir, ocultar, borrar y demoler lo que sucedió en los centros secretos de secuestro, tortura y exterminio,18 ¿por qué?, porque estos lugares también hablan sobre el horror de la dictadura y su resistencia, aquello que el Estado ha rehusado hablar. No obstante, los sobrevivientes, sus testimonios y la lucha por la recuperación de estos centros como lugares para la memoria durante la postdictadura han constituido el principal mecanismo que ha permitido develar los crímenes perpetrados y transmitir estas memorias a las nuevas generaciones.

A pesar de que la Comisión Rettig hizo recomendaciones para la construcción de memoriales y lugares que recuerden “el buen nombre de las víctimas”, el Estado se ha visto interpelado a responder a las demandas de las organizaciones de sobrevivientes, familiares y organizaciones de Derechos Humanos. Así en la angosta geografía de Chile en la cual se inscribe el pasado de la dictadura, es posible ubicar lugares de memoria que apelan al reconocimiento de las “víctimas”, como los Memoriales construidos con el apoyo del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, pero hay otros, que surgen de iniciativas locales y buscan reivindicar a la militancia, las luchas sociales, contraviniendo el discurso oficial de la “víctima”.

Los ex centros de tortura que han sido recuperados como sitios de memoria gracias a la decidida acción de sobrevivientes y otras organizaciones, hablan por sí mismos de este pasado y de la intencionalidad de silenciamiento en pos de la idea de reconciliación. Sabemos que la reconciliación es un imposible, en un estado donde prima el silencio, el secreto (por Ley), la impunidad y la nula voluntad de colaboración con la justicia de quienes participaron en estos crímenes. Sin embargo estos lugares hablan desde sus ruinas y resignificaciones (Villa Grimaldi, por ejemplo), sus demoliciones y reapropiaciones (José Domingo Cañas, por ejemplo), sus cambios de numeración y el vacío de la ausencia de quienes no están (Londres 38, por ejemplo), desde las demostraciones de memoria que distintos grupos hacen en la calle en fechas emblemáticas (Venda Sexy y Tres y Cuatro Álamos, por ejemplo) y desde las luchas presentes por recuperar y reapropiarse de esos espacios (ex Cuartel Borgoño y Colonia Dignidad/Villa Baviera, por ejemplo). Hoy existen cientos de placas, animitas, monumentos, monolitos, murales, nombres de calles, plazas, bibliotecas, auditorios que recuerdan la represión en dictadura, corriendo el cerco oficial de la (im)posibilidad de hablar y escuchar sobre estos hechos en los lugares donde operó la represión. 

Porque como señaló Maurice Halbwachs19 “hacer memoria” precisa de un tiempo y espacio. Estas coordenadas son el encuadre mínimo que requiere que se pueda tematizar el pasado. Pero hoy los lugares de memoria en Chile no solo hablan sobre la represión, sino que también sobre la larga lucha desplegada por verdad, justicia y memoria20.

Las Comisiones oficiales han permitido al sobreviviente relatar su experiencia, pero convocándolo en una cita testimonial cuyo foco es el “evento traumático de la represión”.  No obstante, los lugares donde la represión fue desplegada permiten restituir una identidad y un lazo social/colectivo a estos actores, sacándolos de la categoría de “víctima”, abriendo la posibilidad para que se rearticule en tanto agente social, que transmite en el lugar donde fue represaliado una memoria militante y un discurso político que adquiere un nuevo sentido en el presente, donde a su vez conecta las luchas del pasado con las actuales. Por ejemplo, hoy muchos ex centros de tortura no solo recuerdan la tortura y el sufrimiento, sino que son espacios de convergencia de nuevas luchas sociales (mapuches, estudiantes, trabajadores, mujeres, migrantes, etc.). 

En síntesis, estos espacios propician un diálogo: un habla y una escucha. Son lugares donde para el sobreviviente es posible hablar de la tortura y donde otros pueden escucharla, pero no solo como un ejercicio para “con-dolorse” con otro “víctima”, sino como un acto de reconocimiento de la experiencia vivida y de la sobrevivencia como un acto de resistencia al ocultamiento, al olvido y el silencio.  

 


1Licenciada en Psicología y Psicóloga por la Universidad de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS), Magíster en Historia por la Universidad de Chile. Académica e Investigadora asociada al Programa Interdisciplinar en Memorias y Derechos Humanos de la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Actualmente becaria CONICYT-DAAD, cursa el doctorado en Historia en Lateinamerika Institut de la Freie Universität Berlin (LAI-FU). eveheviajordan@gmail.com

2Esta es una expresión que fue utilizada por el expresidente democratacristiano Patricio Aylwin Azócar, en el contexto de las posibilidades de dar respuesta a las exigencias de verdad y justicia sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos en dictadura. El discurso de la reconciliación nacional y la doctrina de Aylwin “en la medida de lo posible” se fueron plasmando todas las acciones del Estado en materia de verdad y justicia durante los primeros años de la post dictadura.

3Esta comisión recibió 3.550 denuncias, de las cuales 2.296 fueron reconocidas como víctimas de violaciones a los Derechos Humanos.

4Como referencia a Raúl Rettig, quien presidió la comisión.

5Entre 1992 y 1996 la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación analizó 2.188 casos y calificó a 899 nuevas víctimas de desaparición forzada o ejecución política.

6Permitió determinar 180 víctimas individualizadas y 20 víctimas NN (no identificadas). Sin embargo, hasta la actualidad no se sabe el paradero ni las circunstancias de desaparición de la gran mayoría de los detenidos desaparecidos.

7Verdugo, Patricia (2000) De la Tortura no se habla. Santiago: Editorial Catalonia.

8Manuel Gárate, « De la tortura NO se habla: Agüero versus Meneses. Patricia Verdugo(ED), Editorial Catalonia, Chile, 2004, 228p. », Nuevo Mundo Mundos Nuevos[Online], Resenhas e ensaios historiográficos, posto online no dia 21 março 2005, consultado o 31 julho 2018. URL : http://journals.openedition.org/nuevomundo/884

9En referencia a Monseñor Sergio Valech, quien presidió dicha Comisión.

10El informe Valech publicado en 2004 reconoció a 27.255 víctimas de la prisión política y tortura, que tuvo una etapa de reconsideración posterior donde se añadieron 1.204 nuevos casos, finalmente calificó como víctimas de prisión política y tortura a un total de 28.459 de 36.035 testimonios recibidos.

11Artículo 15, Ley 19.992 /2004.

12Esta Comisión recibió 32.453 declaraciones, de las cuales 622 correspondieron a casos de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos y 31.831 a casos de prisión política y tortura.  Como resultado se calificaron 30 nuevos casos de desaparición y ejecución política y 9.795 de prisión política y tortura.

13Asamblea General de Naciones Unidas, (1975), Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes.

14Pollak, Michal (2006). Memoria, olvido y silencio. La producción social de identidades frente a situaciones límite. La Plata: Al Margen.

15Manual de Operaciones Secretas de la DINA (1976). Disponible en: http://issuu.com/thecliniccl/docs/manual_dina_smallpdf.com_/1?e=2498241/4790905.

16Informe Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (2004), capítulo V.

17íbidem, pág. 278.

18Silva, Macarena y Rojas, Fernanda. (2005)  “Sufrimiento y desapariciones. El manejo urbano-arquitectónico de la memoria traumatizada”. Editorial Arzobispado de Santiago, Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad: Santiago.

19Halbwachs, Maurice (2004/1925). Los marcos sociales de la memoria, Barcelona: Anthropos Editorial.√

20Piper, Isabel y Hevia, Evelyn (2012). Espacio y Recuerdo. Archipiélagos de memoria en Santiago de Chile. Santiago: Ocho Libros.